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¿POR QUÉ NO PODEMOS OLVIDAR LA DEFLACIÓN?

Deflacion.pngPorque es difícil salir de ella. La deflación consiste en la bajada de precios ocasionada por una caída de la demanda o un exceso de oferta. Ambos casos implican una disminución de los beneficios y por tanto la búsqueda por parte de las empresas de una reducción de costes que suele conducir a una reducción de empleados. Esto equivale a una disminución de la capacidad adquisitiva de las personas que nos volverá a situar en el punto de partida: una disminución de la demanda.

Es una situación peligrosa. Por ello el pasado 1 de octubre el gobernador del Banco de España, Luis María Linde, insistió en la siguiente afirmación: “No creo que de verdad exista un riesgo de deflación”.

Y es que no hay que confundir la deflación con la desinflación. La desinflación se genera cuando se produce una desaceleración de los precios, es decir, siguen creciendo pero a un ritmo más lento del esperado. Cuando hablamos de deflación hablamos de tasas de variación negativas del IPC.

Lo que sí que está viviendo Europa es un periodo de desinflación ya que, según las recientes cifras proporcionadas por Eurostat, los precios al consumidor que comparten los países del euro subió un 0,3% en tasa interanual. Esta cifra se encuentra muy por debajo del esperado 2% que era el objetivo del Banco Central Europeo y del 0,4% registrado en julio y agosto.

Nos encontramos en una economía prácticamente estancada. Lo cual se ve agravado por las reticencias de la banca a normalizar el crédito y es que en España la morosidad crediticia vuelve a subir. Estos factores junto con el hecho de que la presión de los créditos dudosos sobre los balances bancarios continúa siendo elevada llevan a pensar que lo más probable es que el crédito se vaya normalizando al mismo ritmo que la recuperación y crecimiento de la economía.

Desde el Banco Central Europeo las acciones programadas para evitar entrar en deflación es inundar el mercado con dinero a tipos muy bajos.

Cuando se habla de deflación surge un claro ejemplo que todos los países temen e intentan evitar: Japón y su “década perdida”. En la década de 1980 Japón resplandecía como una de las mejores economías, un modelo a imitar. Se preveía que alcanzaría los mejores niveles de vida para sus habitantes y despuntara con innovadores descubrimientos tecnológicos. ¿Qué pasó?

El origen de su crisis, al igual que la nuestra, reside en las “burbujas” de activos. El mercado de valores se triplicó y pasó lo mismo con el valor de sus tierras. Creció tanto que cuando cayó, cayó con todo el peso. En 1992 las acciones habían caído un 57% con respecto a 1989. Los bancos, que habían ofrecido créditos con garantías basadas en tierras con valores inflados, se quedaron sin liquidez.

La demanda cayó, el poder adquisitivo del ciudadano disminuyó drásticamente y la demanda volvió a caer. Otra de las causas que les llevaron a la deflación fue su “economía dual”. Tenían un sector de exportación que generaba grandes beneficios, este que suponía un 20%, impulsaba al restante 80%. Eran sus exportaciones las que creaban empleos y atraían la inversión.

El Gobierno japonés aumentó el gasto, redujo los impuestos y dejaron que el déficit presupuestario aumentara tal como recomiendan las directrices económicas y aún así, dos décadas después, todavía no han conseguido volver a los niveles de crecimiento anteriores.

Algunas de las píldoras de conocimiento que nos dejan y que los Estados deberían recordar es que no hay ningún sustituto para la creación de empleo y la inversión por parte del sector privado. Ambos elementos son esenciales para una economía sana. ¿Contamos con ellos?

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